Somos un reflejo de lo que sucede en nuestro interior. Si internamente nos encontramos bien, externamente también lo estaremos.
Es decir, siempre estamos viviendo y transmitiendo a los demás de acuerdo a cómo nos encontramos por dentro.
Si nuestro ser se encuentra equilibrado en cuerpo, mente y espíritu, de esta forma también actuaremos ante los retos de la vida, ante todo lo que nos rodea.
De ahí se deriva la importancia de ocuparnos de nosotros primero, para luego influir sobre los demás.
Siempre estamos influyendo sobre las personas a nuestro alrededor ya sea de forma positiva o negativa.
Pero siempre debemos procurar hacerlo de forma constructiva, para que nuestro aprendizaje por la tierra no carezca de validez.
Debemos actuar siempre de forma consciente para que nuestro ejemplo sea productivo para los demás.
La frase muy conocida: “Nadie es profeta en su propia tierra”, tiene sentido porque casi siempre esperamos a dar lo mejor de nosotros mismos cuando nos encontramos fuera de nuestro territorio.
Pero por qué no empezar haciéndolo en donde nos encontramos. Dar nuestra mejor versión comenzando desde nuestra familia y amigos cercanos.
Muchas veces sucede al contrario, buscamos dejar nuestra mejor impresión en personas que apenas conocemos sólo para que hablen bien de nosotros.
Nuestra huella verdadera debe estar presente no sólo afuera, sino también adentro. El sentido de coherencia también debe ser real, ser una sola personalidad para todos; buscar compartir siempre lo mejor que hay dentro de nosotros mismos.
Y recuerda, si deseas saber más, te sugiero leer mis libros, donde encontrarás más reflexiones para elevar tu aprendizaje espiritual.